miércoles, 22 de abril de 2009

amanecía


Amanecía tu voz

tan perezosa, tan blanda,

como si el día anterior

hubiera

llovido sobre tu alma...

Era, primero, un temblor

confuso del corazón,

una duda de poner

sobre los hielos del agua

el pie

desnudo de la palabra.

Después,

iba quedando la flor

de la emoción, enredada

a los hilos de tu voz

con esos garfios de escarcha

que el sol

desfleca en cintillos de agua.

Y se apagaba y se iba

poniendo blanca,

hasta dejar traslucir,

como la luna del alba,

la luz

tierna de la madrugada.

Y se apagaba y se iba

¡ay! haciendo tan delgada

como la espuma de plata

de la playa,

como la espuma de plata

que deja ver, en la arena,

la forma de una pisada.

Jaime Torres Bodet